29.9.05

37._ Hijo único

Nos quedamos, en suma, con esa conmovedora imagen de un niño recién nacido, débil y vulnerable, que representa auténticamente a Dios encarnado por amor a los hombres, mientras resuena el mensaje angélico: "Gloria a Dios en las alturas (en el supremo nivel de la Novedad Última) y paz (salvación para la vida eterna) en la tierra (en el nivel temporal del proceso cósmico) a los hombres (a toda la humanidad, presente, pasada y futura), que son objeto de Su benevolencia". Un mensaje que describe con toda exactitud el sentido y el inicio de la Encarnación.

Dios aparece débil y vulnerable ante los ojos humanos, pero lo que nosotros reputamos como debilidad es en realidad el despliegue arrollador del poder de su "brazo", que viene a dispersar a los soberbios, a exaltar a los humildes y a saciar a los hambrientos, tal como había prometido misericordiosamente a nuestros antepasados.

Cuando vemos a Dios encarnado en Jesús recién nacido estamos admitiendo que su identidad de Mesías no ha sido posteriormente recibida ni aprendida, como en el caso de otros "ungidos", sino que es intrínseca a su naturaleza. Jesús representa a Dios de un modo único, intrínsecamente, plenamente, auténticamente. Así, reconocemos en él una misteriosa filiación divina -no al modo de una filiación biológica humana-, que es obra del espíritu de Dios para la Redención.
Por eso, afirmamos que cuando se llama a Jesús "Hijo de Dios" no se hace en el sentido lato que se aplica a otros ungidos, sino en un sentido estricto, nuevo, único, mucho más fuerte que el de ser un simple inspirado, un mero delegado o portavoz, o un investido, de Dios; mucho más fuerte incluso que el lazo que implica la palabra "hijo" en el sentido biológico. Por eso Jesús (nombre que significa "Dios salva") no es "un" ungido más, sino "el" Mesías, "el Hijo" de Dios.

Sin embargo, creemos que el propio Jesús tuvo conciencia de esto sólo paulatinamente a lo largo de su vida. Pensamos que él concibió su misión como un anuncio profético de la venida inminente del Reino de Dios, y de la necesaria conversión para recibirlo, pero que sólo fue abriéndose paso poco a poco en su mente la comprensión de que ello se realizaría por él y en él.