29.9.05

42._ Rostro

Ha aparecido por fin entonces, revelado en Jesús, el verdadero "rostro" de Dios: ese padre --o madre-- bondadoso, benevolente, indulgente, que nos ama y nos espera, que nos salva para nosotros mismos y para Sí. Ese Dios que viene a nuestro encuentro, nos abraza y nos perdona --como al "hijo pródigo" de la parábola--, ese Dios que alivia a los cansados y agobiados, que se solidariza con nuestra condición ínfima y efímera, que llora con nosotros --como lloró Jesús ante la muerte de su amigo Lázaro--; ese Dios que "hace llover sobre justos e injustos", ese Dios que se identifica con nuestro prójimo, que vela por nosotros, que tiene contados nuestros cabellos, que llama a nuestra puerta, que siempre nos escucha, a quien podemos llamar "papá" --o "mamá"--, ese Dios que quiere misericordia en vez de sacrificios, ese Dios que ve en lo secreto de nuestros corazones, que no escudriña las culpas, que sale en busca de "la oveja perdida", que se alegra más por un pecador que se arrepiente que por "noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia", ese Dios que perdona "setenta veces siete", ese Dios que es amor.