29.9.05

41._ Internalización y universalización

Jesús sometió a la doctrina tradicional judía sobre la salvación a un nuevo criterio de radical internalización y universalización.
El Reino de Dios no viene sólo para los "buenos", no sólo para los miembros de un determinado pueblo o raza, no sólo para los practicantes de determinados ritos, no sólo para los observantes de determinada ley, no sólo para los creyentes en una determinada religión, no sólo para los pertenecientes a determinada institución o secta o cultura o grupo, no sólo para los religiosos o ascetas, no sólo para los que han tenido oportunidad de conocer a Jesús o a sus enseñanzas, no sólo para las víctimas o desfavorecidos, no sólo para los justos, no sólo para los ricos y poderosos, no sólo para los pobres y humildes, no sólo para los amigos, no sólo para los que cumplan cualquier criterio exclusivista. Sino para todos, todos los seres humanos presentes, pasados y futuros de cualquier condición, a quienes se les dará la ocasión de aceptar, en la secreta intimidad de sus conciencias, este regalo de Dios.

Únicamente desde esta visión radical, que es la visión desde la perspectiva de Dios: "desde las alturas", puede comprenderse correctamente esa ética que predica el desprendimiento, la despreocupación, el amor hasta a los enemigos.

Claro que la aceptación del Reino implica una fe y una conversión sinceras; quien en su conciencia esté dispuesto a acoger sinceramente a Dios será necesariamente un imitador suyo en las relaciones con los demás; si Dios lo compadece y lo perdona, también él deberá ser compasivo e indulgente con los otros; no podrá amar sinceramente a Dios sin amar similarmente a los demás, en quienes debe ver, más allá de cualidades o méritos, a otros tantos amados del mismo Dios, a sus hermanos.

Así, Jesús reduce el cumplimiento de la Ley, externo y exclusivista, a la práctica del amor, interna y universal. Su ética es una radicalización de una moral cerrada, es una apertura total, pero queda encuadrada en el mismo principio básico del desarrollo ético humano: "ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo"; por eso no es una abolición de la moral sino su verdadero cumplimiento.

En la fiesta de la boda de Dios y Jerusalén, la fiesta del amor de Dios y de nuestra reconciliación con Él, se había acabado el vino del Espíritu y quedaba sólo el agua de la Ley. Pero, aunque no ha llegado todavía la "hora" de la emergencia última, en atención al "resto" de Israel que se lo pide, Dios interviene mediante su Hijo: Jesús convierte el agua de la Ley en el vino nuevo de su Espíritu.